Un vistazo a TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA: artista del cine subdesarrollado

Como andaluz comprometido con mi tierra, siempre he sido un confeso seguidor del cine cubano y sobretodo del cine de Tomás Gutiérrez Alea en particular. Hace poco terminé de leer con gran fluidez el interesante libro de Mirtha Ibarra “Volver Sobre mis Pasos” donde se recoge una selección de cartas escritas por Tomás Gutierrez Alea, Titón de aquí en adelante, para trasladarnos a arrojar otra mirada distinta a la magia del cine. El libro descifra las claves ocultas para entender las entrañas del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que el propio Titón contribuyera a fundar en su día y formula múltiples propuestas para hacer un cine verdaderamente transformador, fresco, humano y vivo. Titón llegaría a ser con el paso del tiempo uno de los cineastas más complejos y profundos del nuevo cine subdesarrollado que sacudió los cineforums, las butacas y las conciencias de toda una época.


El director de cine cubano más crítico y comprometido con su país nacería en 1928 y moriría tristemente (si existe alguna muerte que no implique tristeza) en 1996. Titón vivió una época de grandes avances de las luchas de los pueblos colonizados y finalmente de grandes reveses sobre las victorias conseguidas. Viviría y sería testigo de las gestas de los pueblos más heroicos como Vietnam, Argelia o su propio país para terminar sufriendo la restauración del capitalismo en todo el mundo socialista. Experimentando distintas etapas y acontecimientos que estremecieron a todos los hombres lograría afinar un sexto sentido peculiar y muy cinematográfico que le permitió crear como director auténticas joyas en la gran pantalla. 

Titón fue íntimo amigo de Sidney Pollack, Carlos Saura o Robert Redford y recibiría decenas de ofertas suculentas para hacer un cine crítico pero amable y cómodo en Europa y Estados Unidos, no obstante el rechazaría todas estas propuestas porque se contemplaba así mismo como un intelectual unido tanto para bien como para mal al pueblo cubano y al devenir de su revolución. El pensaba que las revoluciones abrían la posibilidad a nuevas tendencias, nuevas oportunidades para la gran mayoría y nuevas formas de plasmar las visiones en un nuevo arte, del cual nadie conocía a priori sus limitaciones. Sus películas, además de recolectar premios y distinciones en distintos festivales, atraerían seduciendo a un gran público cubano aunque despertaría sarpullidos entre los sectores dogmáticos de la izquierda oficial.

Sartre una vez dio una gran definición de lo que es un intelectual porque decía que los intelectuales eran fieles al conjunto político pero no se resignaban a cesar de discutir y hacer autocrítica tanto de si mismos como del mismo conjunto político que ellos apoyaban. Así se podía hablar de verdaderos hombres libres y de una contradicción que fortalecía, lejos de debilitar. Titón decía que un pueblo que sabe criticarse es un pueblo que goza de una salud envidiable. Esto era un principio revolucionario indiscutible que según Alea había que desarrollar porque suministraba  antibióticos a la sociedad que quería seguir construyendo el socialismo. Por desgracia mucha gente en Cuba no entendió esto y no supo diferenciar entre la crítica destructiva de los gusanos y parásitos de Miami y la crítica constructiva de los auténticos revolucionarios. La gente que tachó a Alea de tener problemas ideológicos además de demostrar una severa miopía política también estaban enseñando su lado oscuro, que se trataba de personas con miedo a los debates y con una muy baja estima de la cultura política del pueblo cubano.

Personalmente entiendo perfectamente el espíritu inconformista que respira cada uno de los largometrajes de Alea y también puedo llegar a comprender las tiranteces de los cuadros más dogmáticos del gobierno pero lo cierto es que Titón jamás podría haber hecho su cine en sociedades que se dicen “democráticas” como la europea. Ningún gobierno europeo, mucho menos el andaluz, habría puesto un céntimo del presupuesto destinado a cultura para hacer un cine que representaba una especie de chequeo médico de salud de una sociedad determinada. ¿Os imagináis una película subvencionada por la Consejería de la Junta de Andalucía que enfocase sus ataques al Presidente o hablase sarcásticamente de la burocracia y del funcionariado, tan poderoso en nuestro país? Por otra parte deslocalizar Alea del cine cubano nos habría llevado a ver un cine extraño al propio director, una flecha que jamás iba a alcanzar ninguna diana.

Para Titón la revolución era un encuentro con nosotros mismos, un rescate de nuestra propia identidad alienada por el colonialismo. El había luchado contra la dictadura fascista de Batista y por la revolución hasta el punto de que había sido detenido por agentes secretos por su trabajo político. Había conocido personalmente al Che Guevara y pensaba que el cine era un espacio de expresión mucho más maduro y completo que la pintura o la música, dos artes que también Titón trabajó. En relación con la literatura Alea rechazó las lucrativas ofertas de adaptar novelas al cine porque desde su punto de vista la literatura sugería mientras el cine precisaba y esto a veces no era admitido por todos.

Es interesante la forma en que veía los cines más sociales de los países socialistas o capitalistas. Una vez dijo: “Siempre me había inquietado mucho esa idea generalizada de que el cine es un arma ideológica de grueso calibre, porque creo que casi nunca ha superado la eficacia de un simple cóctel molotov. Esto es así porque el cine revolucionario que opera en sociedades capitalistas es rápidamente asimilado o tiene que operar clandestinamente y esto limita demasiado su radio de acción”. El pensaba que el cine comprometido estaba en pañales todavía porque este tenía que ser sutil y no grotesco. Mucho cine social que se había hecho hasta esos días no relacionaba los temas con inteligencia y así no podía traspasar las fronteras del cine consigna o panfleto tan difundido. El cine no podía simplemente reafirmar ideas que el espectador ya traía consigo cuando entró en la sala de proyección, había que despertar o crear un nuevo espectador.

Para Titón el cine socialista era un cine falso, torpe y “artístico” porque se había visto ahogado en la convención, el oportunismo y el espíritu pequeñoburgués. No le gustaba demasiado el autómata cine propaganda de la Unión Soviética y pensaba que las películas que llegaban desde esos países no representaban cines arriesgados ni sensibles con los valores más humanos del socialismo. El no quería ese tipo de cine para la isla de Cuba porque no provocaba un debate social y no hacía un trabajo en la superestructura como había pasado en la China roja. El cine había sido generado a imagen y semejanza de la burguesía con la cristalización de un lenguaje producto e instrumento del que lo utiliza, así que el cine verdaderamente popular era un sólo proyecto. Su propuesta era muy seria debido a que el cine de Titón era revolucionario en todos los sentidos de la palabra porque interpelaba al espectador a participar del cambio social en un cine imperfecto donde únicamente ellos podrían encontrar la solución a los problemas.

Gutierrez Alea se había formado como cineasta en Italia, país que nunca olvidaría, y había salido licenciado de la carrera de Derecho que constituía un mundo al que el jamás volvería. El hecho de que yo viva en un pueblo oprimido como Andalucía y visualice la anorexia que padece el cine andaluz me hace entender mejor la posición de la que partió Alea con respecto al cine caribeño. Antes de la revolución Cuba no tenía industria cinematográfica alguna y después de la revolución dejaron de llegar películas procedentes de Hollywood por lo que la labor de Titón y otros grandes cineastas cubanos fue colosal y regada de muchos sacrificios personales. Levantar proyectos cinematográficos imperfectos por el subdesarrollo pero pasionales, inteligentes y creativos era una labor ardua que muchas veces provocaba aplausos francos y otras veces corrosiones veladas.

Los intelectuales habían intentado inventar mil coartadas para no tomar el fusil. El cine de Titón era un propuesta costosa, valiente y sincera de desarrollar una tendencia de “un cine al margen del gran cine”. Nuestro director cubano no quería un espectador “mueble”, subyugado por la gran obra inconformista ni tampoco pensaba que el cine sirviese sólo para entretener (yo diría atontar) como pasa con el cine comercial que se consume masivamente hoy. El cine como simple entretenimiento era un lujo que los nuevos cineastas de países como Cuba no podían permitirse. Gutierrez Alea era consciente de las contradicciones que se desenvolvían entre el trabajo material/intelectual y entre la intelectualidad misma y el socialismo. El mismo llegaba a preguntarse: “Entonces, no es suficiente tener un cine moralizante basado en el arengue y la exhortación. Necesitamos un cine que promueva y desarrolle una actitud crítica. Pero ¿Cómo criticar y al mismo tiempo consolidar la realidad en la cual nos sumergen?”. En definitiva la respuesta era de igual envergadura a la propia pregunta formulada y Alea representaría mejor que nadie ese debate en el vientre de las nuevas sociedades.

El admiraba lo polifacético de Brecht porque pensaba que su trabajo huía de la identificación fácil y despertaba una actitud lúcida y coherente, cosa que no hacía tan metódicamente Eisenstein. Su varias veces premiada película “Memorias del Subdesarrollo” ampliaba estas ideas con una visión crítica pero revolucionaria de la sociedad cubana socialista evitando el nihilismo para volverse críticamente hacia el espectador. Su cine tenía que funcionar como un boomerang y volverse contra los propios espectadores e incluso contra los propios creadores de cine. Nadie podía escapar sin recibir ningún golpe intelectual de los papeles, roles, modelos y debates que suscitaban las películas de Titón.

Hagamos un repaso a algunas películas significativas de la carrera cinematográfica de Alea. Titón nunca quedaría contento con su primera película “Historias de la Revolucióndonde contaba un episodio de la lucha guerrillera en Sierra Maestra que el propio Che Guevara le había relatado anteriormente. En “Muerte de un Burócrata” criticaría con un delicioso humor negro sumado a grandes dosis de sarcasmo lo absurdo del burocratismo que destrozaba la frescura de las sociedades en revolución. Con su película “Las Doce Sillas” describiría la cómica búsqueda de un tesoro por parte de un burgués anacrónico en banca rota por las nacionalizaciones y un pícaro pillo buscavidas sobreviviente de la ciudad.

Su gran éxito vendría con la antes mencionada película “Memorias del subdesarrollo” donde retrataría la vida de un burgués que mira con la lejanía de un catalejo los cambios que comenzaban a producirse en la Habana justo antes de la crisis de los misiles. En “La Última Cena” daría un buen repaso al salvajismo colonial español en la isla caribeña para explicar las tragedias que habían acechado al pueblo negro. Posteriormente en el tiempo, en “Hasta cierto punto”, llegaría a autocriticarse contando la historia de un director de cine cubano que trabaja haciendo un documental sobre cómo ha sobrevivido el machismo en la sociedad post revolucionaria en zonas como los gremios de las zonas portuarias para acabar reconociendo el machismo en el propio director del documental. En “Fresa y Chocolate” hablaría de la homofobia en la sociedad cubana revolucionaria indicando que detrás de la intolerancia hacia los homosexuales estaba la intolerancia hacia otras muchas cosas. Para terminar y despedirse del público que siempre llenó las butacas de los cines a lo largo y ancho de Cuba filmó “Guantanamera” legando el mensaje de que la vida puede  triunfar sobre la muerte y que al final de la existencia merece la pena volver sobre los pasos de uno para continuar poniendo en marcha la vieja máquina de hacer sueños. Este mensaje final lo dejaría poco antes de bajar el telón definitivamente y morir de cáncer.

El cine para Titón no era neutro porque además de ser un medio que influencia al espectador  también según él siempre había que ser consciente de que detrás de la cámara que “mira” hay un ojo que “ve”. El era consciente de su lugar en el mundo del cine subdesarrollado del Tercer Mundo donde, según él, había un espacio con caras, paisajes, costumbres y dialectos que nunca habían aparecido en una pantalla. Además el sabía que el papel del cineasta de las sociedades socialistas era descolonizar las pantallas para crear un nuevo espectador más allá de la superficialidad del arte gris y neutral. El cine de Alea se fue desarrollando con un vigoroso dinamismo hasta el final de su vida, tal es así que según el mismo cada una de sus películas había intentado romper con la anterior.

La falta de medios materiales para rodar sus películas le dolía pero al final no estaba tan distante de la preciosa idea de Godard de que para hacer cine basta con tener una cámara en la mano y una idea en la cabeza. En su libro “Dialéctica del Espectador” recogió muchos de sus pensamientos más brillantes y se referiría a que en el cine hay que arriesgar mediante la crítica dinámica para que la sociedad encontrara formas de arreglar sus problemas, salir del subdesarrollo y ser menos manipulables.

Desde mi punto de vista Tomás Gutiérrez Alea siempre será uno de los mejores directores de cine que han nacido del caos, el subdesarrollo y la precariedad de un Tercer Mundo que patalea como un niño que acaba de nacer y que quiere dirigir su gran película y contar de una vez por todas su propia historia. Podía haber hecho un cine socialista sin arriesgar ni un ápice la comodidad de su posición social pero por fortuna se enfrentó a las nuevas burguesías que copaban los partidos comunistas para rescatar las risas, aplausos y reflexiones del pueblo más llano. El supo rellenar la falta de elementos técnicos con ideas brillantes que siguen encandilando y capturando mi imaginación y la de de millones por todo el Mundo que seguimos esperando sus nuevas películas aunque sabemos que ya no se estrenarán jamás.


José Herrera Bergero

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